miércoles, 27 de mayo de 2009

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“En una librería de Escocia existen libros con una página en blanco. Cuando un lector se encuentra con dicha página a las tres de la tarde muere”.
Cortazar

Muerte a las tres

15 de agosto
Me lo contaron nada más llegar a Portyork y por supuesto no me lo creí; pero la curiosidad me hizo encaminar a la librería “El óbito”. El librero, un hombre alto, delgado y huraño no quiso hablar del tema. Elegí El dr. Jekyll y mr. Hyde, que en su versión inglesa me llevaría algún tiempo. Quería alargar la intriga de la página en blanco el mayor tiempo posible.
Decidí comenzar a leerlo todos los días a las tres de la tarde y dejar el punto de lectura en la página recién terminada.
20 de agosto
Hoy apareció en la prensa local una escueta nota: 20 de agosto de 1982. Ha dejado esta vida Simon Douglas Smith, a las 3 en punto de la tarde, mientras leía Lanark.
Abandoné la lectura durante cinco días, pero pronto el suceso dejó de inquietarme.
El dr. Jekyll y mr. Hyde me había atrapado y leía a todas horas; ya no me importaba terminarlo. La librería seguiría allí y podría probar con otro libro; tampoco estaba obligado a regresar en una fecha determinada.
29 de agosto
Estoy finalizando el libro y no he encontrado la tan temida página.

Prensa local de Portyork: 30 de agosto de 1982. Ha dejado esta vida Daniel Gil Otero a las 3 en punto de la tarde mientras leía El dr. Jekyll y mr. Hyde.


Maria Jesús


<<... y comieron perdices>> Palabras demonio/pichurri


La mujer de Javier parecía un demonio.
Conservaba rasgos de una belleza ingrata que había desmerecido.
De joven soñaba con ser Gene Tierney y que su elegante partenaire Charles Boyer cuidaba de su débil corazón que no soportaba las impresiones fuertes.
Años después, cuando su marido se quedaba dormido durante el día, ella encendía el aspirador a su lado, o de repente ponía la televisión al máximo volumen para despertarlo con un sobresalto regocijándose al verle saltar en el asiento y llevarse la mano al corazón.
Pero el corazón de Javier, un hombre tranquilo, no parecía querer detenerse.
Hacía tiempo que a Javier le costaba recordar cosas recientes. Fue un proceso lento del cual sólo tenían conciencia cuando fallaba algo nuevo.
Cada vez le costaba más encontrar las palabras adecuadas en una conversación sencilla.
Le decía a su mujer.
-Dame eso.
-¿Qué quieres?
-Eso de eso.
-Si no hablas más claro no te puedo entender -decía ella furiosa.
Luego se fue agravando y al hablar con los médicos sus mensajes eran incompletos. Como estaba más habituado a pensar que a hablar; no daba las claves suficientes y por eso certificaron una demencia senil.
Javier olvidó también la ortografía y escribía el nombre de su mujer con “B” en todos los documentos. Vicenta se alegraba al ver acercarse su triunfo.
También le asustaba quedarse solo en casa; a menudo ni siquiera recordaba si lo estaba o no, así que, ocultando el número de su móvil, la llamaba y si escuchaba los mismos sonidos en el móvil de ella, le decía pichurri y colgaba.
Tiempo después, en la casa vacía, Vicenta escuchaba voces que la llamaban “pichurri” sin saber muy bien de dónde procedían.

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